Así me
siento. Como un nene que vuelve a la plaza a jugar. Como un nene que vuelve al
kiosko a comprar eso que le habían prometido una vez. Como un nene que vuelve
feliz a ver a sus compañeritos en el jardín. Como un nene que va a la cancha de
su equipo por primera vez. Como un nene que ve a su equipo triunfar una y otra
vez sin parar. Como un nene que sabe que su equipo va a ganar. Como un nene que
grita River Plate cada vez que ve algo rojo y blanco. Así me siento.
Hoy
vuelvo a la cancha y la alegría me desborda. Pasó mucho tiempo desde que
estacioné el auto cerca de Av. Cabildo, desde que caminé esa veintena de
cuadras para llegar al templo, desde que comí una hamburguesa con amigos
mientras esperábamos que se hiciera la hora de entrar, desde que hice la fila
para pasar por el molinete y desde que subí las escaleras para buscar mi lugar.
Pasaron muchas cosas desde que fui por última vez. La despedida del monumental
no fue la esperada, por eso quería volver. Para redimirnos. Necesitaba volver. Ansiaba
volver.
Es
cierto que pasaron muchas cosas desde que dejamos el monumental. Lo más
importante fue el viaje a Japón. El gran viaje a Japón. Una travesía mundial en
la que unos pocos, veinte mil personas aproximadamente (más que las bandejas de
otros clubes), sintieron alegría y agradecimiento por esta dirigencia activa y
organizada que consiguió las butacas disponibles para que los hinchas pudieran
ir. Para que muchos tuvieran la oportunidad de ver a River Plate en lo más alto
del fútbol mundial.
Llegamos
a la final del Mundial de Clubes. ¿Qué más se podía pedir? Un equipo que se
había desarmado en el transcurso de los últimos meses estaba disputando la Copa
Mundial ante nada más ni nada menos que el Barcelona de Lionel Messi. Reitero
¿qué más se podía pedir? ¿Traernos el trofeo? Por supuesto. ¿A quién no se le
cruzó por la cabeza que podíamos dejar marcada nuestra huella como los que le
ganaron al Barcelona de Messi? En el corazón de los riverplatenses estaba esa
porción de fe y esperanza -que en algunos casos dicen que mueve montañas- de
que podíamos ganar. Todos teníamos ganas de que nuestros samuráis volvieran
convertidos en héroes, como dijo el jefecito. ¿Pero sabés qué? Volvieron como héroes.
Demostraron que no les tuvieron miedo. En cada embestida de Jonatan Maidana se
vio reflejada la garra que el equipo estaba poniendo para jugar de igual a igual
ante un equipo que no tiene igual. En cada lágrima que derramó Kracknevitter se
demostró que los colores de la camiseta se defienden más cuando hay un corazón
que manda. En cada grito de la hinchada se afirmó que no los íbamos a dejar
solos.
Por eso
estoy así, como un nene. Porque quiero volver. Porque quiero mi rutina fanática
de vuelta. Porque quiero llegar a Udaondo y escuchar a la hinchada cantar.
Porque quiero subir las escaleras y que la ansiedad me haga sentir nuevamente
que cada vez tiene menos escalones. Porque quiero ver a mis jugadores pisar el césped
de su casa. Porque quiero aplaudirlos. Porque quiero alentarlos. Porque quiero
estar ahí, no hay otra.
Empezamos
un nuevo año y hay que revalidar los trofeos. Hay que trabajar para seguir
escalando en este Everest de deporte que tenemos los argentinos. Tenemos que
seguir por el mismo camino, porque sabemos que así funciona. Tenemos que apoyar
al grupo porque sabemos que podemos llegar lejos. Y tenemos que seguir con la
misma idea porque una idea de juego jamás se abandona. Este equipo no abandona.