martes, 2 de febrero de 2016

¿Qué hubiese sido si...?


Les presentamos otro texto de la colección "Los relatos de Viole". En esta segunda entrega, Viole nos regala un excelente relato de un hombre que dejó su sueño de niño para convertirse en un hombre de negocios, un hombre de oficina. Pero algo hizo cambiar su presente, ya no veía su futuro de la misma manera. 

Una noche más de verano en Buenos Aires. La luna brilla en todo su esplendor, sin ser opacada por siquiera una nube. Un pucho y dos dedos de whisky son los únicos compañeros de Gabriel en un balcón en el medio de la vorágine de Palermo.
Desde adentro, la casa sufre por la ausencia de su más empedernida ocupante, Jimena. Ella seguía afuera con un par de amigas de pilates.
Gabriel no era lo que uno dice un ocupante real. Llegaba a la casa a las once. Tomaba algo mientras admiraba la vista artificial y se iba a dormir.
Cada tanto pasan por su cabeza fantasías de una vida que no fue. Y el pucho, ya convertido puramente en cenizas, cesa su existencia. Ya sin nada que ocupe su desgastada boca, un sollozo logra escapar.
Un recuerdo pasa por la mente que, cansada, ya no puede contener el oleaje. El último partido que jugó con esperanza, con ilusión y hasta con un poco de inocencia. El último partido antes de que su papá comenzara el proceso de aburguesarlo. Y de repente ya no importaba otra cosa que no fuera la guita, una minita con dos apellidos y el puesto más alto en una multinacional.
Antes el futuro no importaba. O por lo menos no importaba tanto. Solía saber cómo quería su futuro: lleno de fútbol, eso era lo único importante. Pero cuando el viejo se dio cuenta de sus planes, todo cambió. No más partidos con los chicos los sábados a la mañana. No más clases de fútbol los lunes y miércoles, porque "tenés que empezar a pensar más seriamente en tu futuro, ¿a dónde crees que vas a llegar con esto del fútbol?"
Ahora, ya en un presente que era futuro, y que poco le pertenecía, creía entender las razones de su padre. Y sin embargo, todas las noches sentía esa bola de nervios y odio que lo paralizaban, el qué podría haber sido.
Se imaginaba en la cancha de un estadio lleno. Se imaginaba en un mundial, con la camiseta que más amaba. De paso, se imaginaba fracasando, porque seguro le habría ido mal, y si le hubiese ido mal, ¿no se arrepentiría de haber sido quien siempre quiso ser, y estaría tirado, sin un peso, arrepentido de no haber seguido los consejos de su sabio padre? Sí, sí. Tenía que ser así. Estaba donde tenía que estar.
El celular que está en la mesita de mármol vibra. "Llego tarde"- Jimena. Seguro de que las amigas de pilates eran, en realidad, el profesor, se dejó caer en un sillón, no sin dejar de admirar ese cielo tan negro que miles de misterios y de posibilidades escondía. Pero de qué se podía quejar, si su secretaria era algo más que una empleada más. Y de qué se podía quejar si sus camisas siempre tenían perfume de otra cama, de otra mujer y de otra vida.
Fue justo en ese momento, cuando la resignación de cada día volvía, que Gabriel recibió un mensaje inesperado. Esa no iba ser una noche como cualquier otra, y tal vez nunca más iba a haber una noche como cualquier otra. Tal vez lograría dar un paso al costado de esa vida llena de rutina y de oficinas.
"Hola Gabi, soy Juan, no sé si te acordás de mí, jugábamos al futbol en el potrero hace 10 años, con los chicos nos vamos a juntar esta noche, en dos horas, y nos falta un arquero, ¿te copas?".
Era lo que hacía falta para dar ese salto al vacío. La indecisión se convirtió en firmeza. Para dejar esa vida ajena y tirarse de lleno a la incertidumbre.
Agarró las llaves del auto, la billetera y salió hacia lo desconocido, decidido a no volver jamás a esa vida de reglas a la cual se había acostumbrado.
"Dale, siempre estoy listo para ponerme la camiseta una vez más".

Violeta Carrera Pereyra
@VioleCarrera